Bolivia es un escenario, permanente, de lucha: de poder, de campos de poder, de hegemonía e insurrección de nuevas hegemonías, de periferias en procura de hacerse hegemónicas y de centros en estrés, por no caer en la periferia.
Y el escenario donde se construyen, se hacen realidad estas confrontaciones, son los discursos sociales. Pero a los discursos sociales, dichos entre amigos, proferidos en el cafecito, escritos en un blog, o enviados por correo electrónico, les hace falta la mediación para hacerse socialización y aquí es donde ingresan los medios de comunicación, porque son vehículo, canal por donde se propala la doxa que pretende perpetuarse en el imaginario colectivo, en calidad de realidad.
La mediatización se hace en formato de: noticia, editorial, crónica amarillenta y hasta adoctrinamiento, persistente y cotidiano, por medio de la agenda periodística y la propaganda con cara publicitaria, o programa televisivo de análisis unívoco, unidireccional, casi como un descenso de los 10 mandamientos sobre un pueblo pecaminoso que espera castigo, mortaja y represión.
Lo curioso de lo que hasta ahora he visto es: políticos y empresarios, que siguen hablando desde la “pobreza”, como la prioridad nacional; cívicos del oriente y sus adherencias, que machacan con la condición sine qua non para el “desarrollo” de Bolivia, desde las “autonomías departamentales”; y los movimientos sociales, que argumentan la atomización de Bolivia con el experimento de las “36 naciones”, como el reconocimiento y otorgación de escenarios y espacios de participación política y social, casi como el pago de la deuda interna.
Todos tienen en común: la noción previa (parcial, no holística, tampoco filosófica) del objeto y sujeto del momento histórico que transitamos; y quizás en ello estribe nuestra negación a la madurez política, a nuestra pereza para la construcción social y colectiva del ser boliviano.
Todos tienen en común el resultado nulo, por la persistencia en el boicot, como ethos político, económico y social, que entre paréntesis forma parte del manual de dominación para Bolivia, que manejan los interesados en nuestros recursos naturales.
Todos tienen en común el vaciamiento del contenido, la consistencia y procedencia de la cultura boliviana (léase historia, producción y convivencia social)
Todos tiene en común el adormecimiento que producen con sus discursos que promueven el odio y los prejuicios.
La sensación que tengo es que estamos perdidos, desorientados, a la deriva: en el lugar, el objetivo y el instrumento para hacer “algo”. Nos anima un entusiasmo compulsivo. Porque hasta ese “algo” que tendríamos que estar haciendo, después del tope al que llegamos con el manoseo del ejercicio democrático y el desvalijamiento que significaron los gobiernos hasta Sánchez de Lozada, ese “algo” también se diluyó entre tanto interés individual.
Una peor condición a ésta que acabo de mencionar, es la inmovilidad. Inmovilidad para recordar la historia, para producir, para cosechar, para alimentar, para exportar, parar pensar y actuar colectivamente como bolivianos (no como paceños, cruceños, pandinos, etc)
Lo triste del panorama, es que los medios (prensa, televisión y radio) aportan al caudal del boicot y la parálisis; no sé si por cuestión de supervivencia del periodista, sumada a la imposición del accionista, que a su vez puede ser por supervivencia o imposición de alguien más y así sucesivamente; o por ignorancia completa de la alquimia que poseen (en sí mismos) los medios de comunicación, en la construcción del real social.
A este panorama de construcción de la realidad, desde los dispositivos discursivos de “pobreza”, “autonomía”, “36 naciones con autonomía plena”, debemos añadir la campaña por alcanzar la presidencia de la república (a quien la escribo con minúscula, porque el concepto ha sido desterrado en la nueva Constitución Política del Estado, para dar paso al de Estado Plurinacional)
La campaña apenas comienza y por lo que se vé, no habrá nada nuevo bajo el sol (y no es el mito del eterno retorno: es peor) Lo que sí se repite, es esa nueva idea, instalada: después de lo desastroso que significó el experimento político oriental en los gobiernos de Jaime Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de Lozada, tal, occidente es –por naturaleza– el idóneo para definir lo político en Bolivia, mientras que al oriente, le corresponde el financiamiento de los candidatos occidentales que aparezcan.
Sobra decir que reforzaremos en esta campaña, al márgen de los candidatos y los resultados, el ethos del boicot y la parálisis. Qué lástima.
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