En un acto oficial, pasaron por enésima vez -conmerando la pérdida de territorio boliviano en la Guerra del Pacífico- las cenizas de Eduardo Avaroa.
El hecho no deja de ser sintomático: por un lado, por la reiteración del ritual hipócrita, frente a la necesidad histórica boliviana de tener acceso al mar, sobre la que ningún Gobierno nacional, ni FFAA., asumen ni responsabilidad, ni empeño; por otro lado, por lo patético que resulta el ritual en sí: trasladar una cajita de cenizas de un “héroe” cuya talla todavía se mantiene bajo el tabú del tema.
Toda la geopolítica marítima boliviana, reducida a una cajita de cenizas de Eduardo Avaroa, que pasea, con pompa y fanfarria incluida, todos los 22 de marzo, indefectiblemente, en un ritual machaconamente reforzador de lo que implica en el imaginario colectivo y en el sentido social de construcción de la realidad geopolítica y política de nuestras autoridades.
Las patéticas cenizas de un personaje solitario y ausente de contenido y narrativa; diluyente en el análisis de su contenido histórico; un nombre no oficial de ningún organismo de Defensa del Estado, lo que lo hace más bochornoso para el acto conmemorativo y el ritual de quienes lo convocan y lo ejecutan.
130 años de avance insignificativo en procura de recuperar la costa pacífica, excepto la reiteración del ritual de las cenizas que se pasean por calles y avenidas, todos los 22 o 23 de marzo de cada año.
130 años de arrastrar vergüenza, que caben en una cajita de cenizas... por lo menos hemos logrado que Chile nos pague el 50% del agua del Silala que consume desde hace ñaupas; en fin, otra fecha para recordar.
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