A mi entender, la realidad agrícola de los países de Sudamérica (desde Ecuador hasta Argentina, exceptuando Colombia y Venezuela que forman parte de la geopolítica norteamericana), no sólo adolecemos de una política agrícola a largo plazo (conservacionista), sino que además, tenemos autoridades proclives a engancharse (como un can-can), en cuanta especulación y usura se atraviese por el escritorio; y de ahí, una diarrea de discursos mediocres, que rayan en el insulto a la inteligencia.
Veamos algunos números que circulan por Internet.
China produce más de 15 millones de toneladas de soya, sobre una superficie apta para la agricultura del 9% de su territorio y dice estar dispuesta a importar 42 millones toneladas de esta oleaginosa.
Hasta hace 16 años atrás, el país asiático se auto-abastecía, pero con el cambio de hábito alimenticio, influenciado por el modo occidental de comer carnes, la demanda de torta de soya aumentó.
Como consecuencia de ello, se conformaron grandes grupos de exportadores sudamericanos, dispuestos a satisfacer tamaña voracidad. Compuestos por Argentina, Brasil y Uruguay (ésta última, sucursal de las empresas soyeras argentinas) pasamos a sufrir la chinodependitis, la soyadependitis, la transgenodependitis y el glifosatotitis.
China importa de los países sudamericanos (en la actualidad), más de 38 millones de toneladas (más del 40% de la demanda mundial)
Argentina destina más de 14 millones de hectáreas a la siembra de soya (2/3 partes de sus exportaciones) a China, lo que supone más de $us 6 mil millones de ingresos, sobre los que participa el gobierno argentino (por retenciones), en unos $us 1.300 millones.
Brasil destina más de 20 millones de hectáreas y no le importa recorrer hasta 1.000 kilómetros en caravanas de camiones, desde los centros de producción a los puertos.
Sumado a ello, está la creciente demanda de combustibles en base a soya y caña (biodiésel en Argentina y bioetanol en Brasil), de la que nosotros, como buenos hermano-menor que somos, nos hemos puesto también a la tarea de remedarlos de manera grosera y patética.
Este es el escenario donde se cocina la soya; ahora, démosle una mirada a la olla y a sus ingredientes.
Si China aplica como en el 2004, medidas fitosanitarias a sus importaciones de soya (muy al estilo occidental de las medidas proteccionistas para hacer bajar precios a su conveniencia, antes que a una cuestión de conciencia ética y de salubridad pública), las compañías navieras que transportan la soya, especulan (“costo de oportunidad”) y el precio para el agricultor oscila, como el índice inflacionario para la economía productora de soya.
Si Europa decide reducir el subsidio a los agricultores y productores de leche (como amenaza cada vez que se le sube el precio de la soya), la demanda de la oleaginosa para las vacas (que se alimentan de la torta sudamericana), disminuiría y los precios caerían en detrimento del productor, afectando el índice inflacionario del país productor de soya.
Cualquiera que sea la ecuación, el término encerrado en el paréntesis con el signo menos por delante, pierde.
En esta olla, intervienen también otros ingredientes especuladores, que se sumaron a la globalización de la locura acumulativa de capital: están los fondos de inversión (pensiones); la “firmeza” del dólar (que vale lo que dice porque él lo dice y sin importar si tiene oro de reserva, o no); la subida del petróleo (combustible que compite con los biocombustibles) y las condiciones climáticas que favorecen la campaña agrícola en EEUU (el stock como variable de regulación de los precios de los commodities internacionales)
En cualquiera de estas ecuaciones, la práctica agrícola boliviana, posterior al ingreso a la locura de las bolsas internacionales de granos, terminó con la horticultura, el trigo, el maíz y la leche no globalizados; además, se suma la política gubernamental actual (porque le tocó) que fomenta la expansión de la frontera agrícola, en detrimento de los bosques naturales, con una promesa “inferida” de que la soya podría mejorar los ingresos de su público-objetivo.
Nuestras actuales autoridades nacionales, han ingresado al terreno de la práctica especulativa del discurso, desde la pretensión de dar, una especie de “solución económico – demagógica” a los nuevos relocalizados compuestos por mineros y pauperizados campesinos, con la promesa implícita (por inferencia), que cabalga sobre un discurso detractor de la oligarquía soyera-cruceña, afirmando que la soya, podría mejorar sus ingresos y acercarlos al paraíso terrenal.
No es de extrañar entonces, la difusión de notas periodísticas, en las que se informa (sin remordimiento, ni conciencia), que la razón de Estado, ahora, considera sacrificables 200 mil hectáreas (has) de bosque certificado, a favor del tipo de colonización planteado por el actual gobierno en el oriente boliviano.
Lo que me temo es que, nos atoremos con la abundancia de grano de soya, que nos quede seca la garganta por falta de agua y que suframos de constipación, porque no disponemos de infraestructura, ni para almacenar, ni para movilizar la producción.
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