Corrían los siglos IX hasta el XV en Europa: eran tiempos feudales. Los siervos, vivían al amparo de su señor; a cambio, diezmaban de sus cosechas el pago por la seguridad y la protección, de la barbarie que imperaba afuera de los muros del feudo.
Para la teoría capitalista, era un conjunto de instituciones de relación de compromiso entre el vasallo y el señor feudal: obligaciones de obediencia y servicio –para el vasallo– y obligaciones de protección y sostenimiento –por parte del señor feudal–
Para la teoría marxista, era un modo de producción entre la esclavitud de la Antigüedad y el capitalismo moderno basado en la ley –tenencia de la tierra– y el derecho consuetudinario.
En todo caso, era un contrato de tipo militar, con disgregación del poder político y funciones públicas en beneficio de una minoría a cargo del feudo.
En ¿cuánto se parece esta realidad feudal a nuestra sociedad –cruceña– de hoy? En casi nada; porque esta ciudad, ha sido avasallada, humillada, invadida y es amenazada, amedrentada por delincuentes; para colmo, no tiene señor feudal, capaz de cumplir con su obligación de “protección y sostenimiento”, aunque estén cumplidas las obligaciones de “obediencia y servicio” de parte de los vasallos.
Los matutinos locales, están llenos de crónicas de delitos que se campean –como perro por su casa–, de invasiones a propiedades privadas, de apologías del delito en boca de avasalladores y autoridades, de neo-delincuentes que llegan con carpas –camping– y en automóviles, y como el señor feudal no asoma, ni su obligación de “protección y sostenimiento”, los delincuentes amedrentan incluso a los que viven en los predios vecinos –invadidos–, cobrándo peaje para no pasar por la calle de la amargura.
Bajo estas condiciones, ¿cómo es que podríamos sostener una región, cuya superación de la tutela del rey, significaría la autonomía del feudo? Me resulta difícil poder creer cuanto discurso aparezca a partir de esta realidad que vivo: esta indefensión absoluta, donde el feudo tiene las murallas derrumbadas, donde el señor feudal está ausente y donde el rey, se solaza de la desdicha colectiva de este feudo con pretensiones autonomistas –la anomia es también un modo de participar en la desgracia del otro–
Nuestra realidad no supera ni la Antigüedad, ni le alcanza para llegar al capitalismo, menos para superar el capitalismo desde un socialismo de justicia social y equidad; para colmo ésta es una realidad feudal en decadencia, con un desportillamiento institucional estrepitoso y un deterioro acelerado de la urdimbre social.
El vacío es al nivel de las ideas, de la cohesión social, de las instituciones, de las obligaciones de protección y sostenimiento. Un agujero negro que devora cuanto existe.
Las invasiones que sufriera el feudalismo en los siglos IX al XV, como producto de la caída del Imperio romano y Carolingio (normandos, musulmanes, eslavos y otros), obligó a los vasallos a mejorar sus técnicas agrícolas –por los pocos espacios a los que quedaron reducidos– con una práctica de rotación de cultivos, para no deteriorar la tierra; obligó a los vasallos a mejorar el comercio y las alianzas con los vecinos a los que le interesaba el desarrollo económico.
Poco después, el surgimiento de la burguesía inicia el proceso capitalista y de allí amanecen las ideas cooperativistas, que dan inicio a las teorías socialistas de justicia social y equidad.
Es largo el camino y la sensación que tengo es la de estar en medio de un tunel, que avanza a mayor velocidad con relación a mi correr, donde las paredes que la sostienen, vienen derrumbándose, haciendo más agónica la visión de la luz –al final del tunel–.
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