¿Cómo es que la sociedad boliviana define su realidad actual? Convengamos primero en que la manera de concebir la realidad, no deviene: es una construcción y convengamos también en que no sólo es dinámica –no estancada– sino que además, es permeable a los discursos hegemónicos y periféricos que se ponen en circulación.
La semiosis social, o interpretación de los hechos, discursos y fenómenos sociales, es una construcción de partes significativas de un todo –que es el real social boliviano– cuya "pertinencia" en su construcción –reclamada como realidad– está dictada por la ideología de quien la sostiene; por lo tanto –y bajo esta lógica– nadie puede descalificar el discurso del otro, a menos que hayamos ingresado en el mundo de los dogmas de fe.
Angenot diría que de la interdiscursividad se construye el real social y lo que a nosotros los bolivianos nos está haciendo falta, en esta construcción del real social post-neoliberal, es el debate: serio, disciplinado, de respeto mutuo y responsabilidad histórica –si queremos permanecer como nación boliviana–.
Sigo escuchando por radio y por televisión; sigo leyendo por prensa y por revistas, la retórica del vaciamiento de lo boliviano, porque pretende definir la realidad desde apenas una idea, desde apenas un segmento del todo y ante el temor de una dialéctica más estructurada, o más sistematizada, contraria a la burlesca simplicidad del solo plano, la censura –en sus distintas manifestaciones– se instala en el discurso y en el escenario del debate, anulando o postergando una necesidad histórica de Bolivia.
Hemos llegado a un punto en el que los mitos y las ideología–mitos, ya no alcanzan para definir, desayunar y trabajar todos los días. Ya no alcanzan mitos como: "el Gobierno central y unitario es quien garantiza la unidad nacional", o "la Autonomía es la respuesta a la pobreza y el subdesarrollo"; como tampoco alcanzan las ideología–mitos: "Autonomía – Trabajo – Desarrollo".
Hemos llegado incluso, al punto en el que el manoseo de lo identitario se ha vuelto tan grosero y grotesco, que se perdió el borde, la frontera entre los neoliberales y la insurgente izquierda-neoliberal de Palacio Quemado.
Aquí y ahora, allá y mañana, la semiosis social se sucede, día con día, constatación tras constatación; por encima, o a caballo de los discursos que pretenden construir realidad. Esta dinámica, esta riqueza, en el significado y el significante de los hechos y fenómenos sociales que vivimos y hacemos semiosis, debería ser materia suficiente para que los medios de comunicación social, realizaran un trabajo artesanal: hebra por hebra; surco tras surco; viruta a viruta, enriqueciendo el debate constructivo no la idea ciega y estúpida del odio y el prejuicio.
Materias de debate importantes, como por ejemplo: el proceso bochornoso y borroso en el imaginario colectivo e histórico de toda "educación cívica", como fue el poder constituido por encima del poder constituyente, que concluye con la propuesta de texto constitucional parido en el Congreso en octubre de este año. Este debate, ni siquiera se mencionó –como de pasada– en los medios de comunicación masivos, excepto en algunos ámbitos de la izquierda intelectual.
Debate que hubiera sido interesante como semiosis, porque somos varios los desconcertados.
Lo que quizás desconcierta –entrando ya en semiosis– a los políticos de pegas y a los logieros de oportunidades, es que: de haber sido parásitos de la hegemonía de este país, pasaron a ser la periferia; pero, con una vuelta de tuerca, nos desconcertaron –a los que no somos ni políticos de pegas, ni logieros de oportunidades– y gracias a los voceros, léase enunciadores discursivos de la reivindicación identitaria (léase movimientos sociales), se les permitió regresar de la periferia, al centro del poder. Para colmo, se llenaron la boca diciéndonos que si no estaban en el centro del poder, la periferia nos devoraba porque es salvaje y violenta.
Si no fuera tan machacona, impune, violenta, saturante y hasta torturante la propaganda política que se nos impone por la televisión, la prensa y la radio; una propaganda que no está de más decirlo vacía nuestra conciencia de toda memoria colectiva e histórica; si no fuera por esta tortura impune –de la que ni el Defensor del Pueblo ha dicho un pío sobre el asunto– nos daríamos cuenta que estamos metidos en medio de un odio que no es nuestro, que estamos metidos en medio del prejuicio y una falsa gresca a la que groseramente llaman debate nacional y que no es otra cosa que la circunstancia ocupando el lugar de la sustancia, la conveniencia en lugar de la convicción.
Las falencias y la ineficiencia discursiva de los sujetos de la gresca nacional, se observan como carachas de las que no podemos escapar de rascarnos; porque a pesar de las pretensiones por establecer un sistema regulador de la producción de formas discursivas concretas, no hilvanan un discurso de adhesión nacional, justamente por lo segmentado de su visión y propósito; justamente por la utilización de los medios –que para colmo son personas: concretas y reales– para conseguir el mismo fin: volver a ser hegemonía, o restablecer el anterior orden de centro y periferia, los unos y sin ningún propósito social – histórico, sin ninguna trascendencia existencial, los otros.
El discurso en Palacio Quemado, lastimosamente pasó de cínico a necio y ahora va de ida a la categoría de idiota (léase ausencia congénita y completa de las facultades intelectuales); porque el necio que consigue un ejército de aduladores, termina por perder toda facultad de raciocinio, lógica y semántico y como el cuento del rey desnudo, pronto los súbditos se percatan que el vestido ni es mágico, ni mejor la perspectiva de la desnudez.
Bolivia cambió en pensamiento, palabra y acción, después de los hechos que dieron fin a la calesita de los políticos de la pegas y a los logieros de oportunidades; una caspa de privilegiados que se habían escudado en el discurso neoliberal, por tiempo suplementario. El cambio político, social, el cambio de los discursos y la semiosis social, es también un hecho histórico que no tiene vuelta atrás; y no es por una cuestión de ideología-hegemonía, o de un traspaso de la hegemonía de una clase –económica/ social– a otra, sino por una cuestión de relación: entre significado y significante del hecho y los fenómenos sociales en sí mismos.
Lo visible y lo enunciable de los hechos y fenómenos sociales suponen –en el fondo– un diagrama de fuerzas hegemónicas y periféricas que se suceden, conforme logran copar el centro y el escenario de la semiosis social. De ahí que los discursos sociales, construyan realidad; lo necio es pretender que quien lo dice primero gana la tuja para el resto del juego y lo idiota es insistir en el libreto.
Foucault por ejemplo, insistió siempre en que ningún saber es anterior a lo visible y a lo enunciable y esto implica 2 cosas: por un lado, que interpretar la realidad –hacer semiosis– no es una cuestión de generación espontánea, tampoco deviene, es una construcción social de sentido, que permite categorizar y especificar; es un discurso de una doxa solidaria con una ideología periférica o hegemónica, que pretende perpetuarse.
Es posible que las categorías y la globalización de dichas categorías sobre un parte de la realidad, sean asumidas –en la semiosis social– como categorías reales y ciertas; pero, con el tiempo se descascaran, como está sucediendo ahora con el uso y abuso de los discursos de reivindicación identitaria en Palacio Quemado, cuyo único propósito pareciera ser el de garantizar un pull de ejemplares de souvenirs de escaparate, para cuando lleguen las visitas de gobiernos interesados en lavarse la cara, con los fondos para las ONGs, con licencia para la impunidad.
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